En empleo, no todo lo que brilla es oro
Miguel Ricaurte Economista jefe Banco Itaú
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Miguel Ricaurte
Dudas sobre el desempeño del mercado laboral llevaron al INE a identificar dos factores que habrían producido la subestimación del crecimiento del empleo: cambios demográficos que recién se conocieron al cierre del censo de 2017; y el efecto de la reciente llegada de migrantes (principalmente desde Venezuela y Haití).
La revisión que hará el INE a las cifras de empleo debería mostrar que hay más personas participando de la fuerza de trabajo, tal que el mercado laboral no estaba tan débil como se intuía al principio de 2018. Hasta ahí, la noticia es positiva (y coherente con la visión del Banco Central del cierre de brechas). Pero no todo lo que brilla es oro. Si bien la economía creció 4% el año pasado, esta expansión habría ocurrido con más empleo del reportado, llevando a estimar menor crecimiento de la productividad. Veamos por qué.
Estimaciones del informe más reciente de la Comisión de Productividad muestran que la productividad total de factores (o simplemente “productividad”) habría crecido 1,3% en 2018, mejorando tras cuatro años de caídas y la más alta en casi 10 años. Esta estimación se hace descontando la contribución que tienen el crecimiento del empleo efectivo y la acumulación del capital (inversión) al crecimiento total. Lo que no se atribuye a dichos factores, se imputa al crecimiento de la productividad de la economía.
De este ejercicio de “contabilidad de crecimiento” se desprende que, dado cierto crecimiento, mayor acumulación de factores (trabajo o capital) implica menor productividad. Esto es lo que habría generado el hecho de que el empleo creció más de lo reportado en las cifras oficiales.
Para cuantificar la contribución del trabajo necesitamos conocer el número de trabajadores, cuántas horas trabajaron y cuánto capital humano poseen (estimado en base a los años de escolaridad). La Comisión estimó que el empleo creció 1,8% en 2018 (sobre lo reportado por la encuesta de empleo del INE: 1,4%), que su productividad aumentó 0,1% (escolaridad alcanzó algo más de 11 años), y que las horas trabajadas crecieron 0,6%, de manera que el “trabajo efectivo” creció 2,5%. Al ajustar la distribución etaria de la fuerza de trabajo de la encuesta de empleo e igualarla a la del Censo 2017 (que tiene más personas en edad productiva, que participan más de la fuerza de trabajo), se puede estimar que el empleo creció algo más de 2%. Este ajuste por si solo implicaría que la productividad creció apenas 1% (en vez de 1,3%).
Pero la productividad posiblemente creció menos aún. Tras el cierre del Censo, el flujo de migrantes fue importante, tal que el empleo habría crecido más que 2% en 2018. Además, la escolaridad promedio de éstos (empujada por el flujo migrante venezolano) es más cercana a 13 años, por lo que el capital humano habría aumentado en torno a 0,4% (y no sólo 0,1%). Con esto estimamos que el trabajo efectivo creció más de 3%, tal que la productividad de la economía habría crecido sólo entre 0,6% y 0,8% casi la mitad de lo estimado antes de considerar las revisiones al empleo.
En el corto plazo, el flujo migratorio habría tenido un impacto negativo en el crecimiento de la productividad, pues individuos con alto capital humano encontraron trabajo en sectores de baja productividad. Sin embargo, si logran reubicarse en sectores afines a sus conocimientos, el potencial de crecimiento de la productividad de la economía en Chile será notable.